Una pregunta recurrente que recibo es: ¿Cómo hago para no implicarme demás con mis consultantes en una dinámica de la relación terapéutica que hace que me cargue negativamente o termine con muy baja energía?
Si te ocurre que a veces cuando terminas de atender a un consultante, o a varios, te duele la cabeza, te sentís excesivamente cansado/a y sentís que no te queda energía disponible para continuar con tu día, ¡este post es para vos!
En el momento en el que podemos darnos cuenta de que nos estamos identificando e implicando demás, y que eso, en vez de ayudarnos a ayudar, nos limita, nos baja la frecuencia vibratoria, nos quita energía o nos hace sentir mal, es momento de poner un freno, hacer un stop en nosotros mismos, tomar consciencia y actuar en consecuencia, pues para que nuestra terapia resulte verdaderamente efectiva, aunque parezca lo contrario, ese no es el camino, y te explico los motivos:
- En primer lugar, porque nosotros necesitamos tener energía disponible para atender a otros consultantes, y no es justo que no estemos en un 100% disponibles para la siguiente persona, el consultante que llega después.
- En segundo lugar, porque al disminuir nuestra calidad de atención conforme va transcurriendo el día, nuestra efectividad terapéutica también disminuye, lo que aumenta la tasa de deserción de nuestros consultantes, y la consecuencia en el futuro puede ser una agenda vacía.
- En tercer lugar, porque muchas veces esa implicación tiene que ver con la identificación con lo que el consultante manifiesta en la consulta y que nosotros no tenemos elaborado en nosotros mismos, lo cual es contraproducente para el trabajo terapéutico porque empaña o distorsiona el objetivo principal, que es la ayuda al consultante. En ese caso, para ser verdaderamente efectivos y además trabajar en paralelo en nuestro desarrollo personal, necesitamos ocuparnos de esto en la instancia de supervisión y/o en nuestra terapia personal.
- En cuarto lugar, para que nosotros podamos continuar con el desarrollo de nuestras vidas con energía positiva y cargados de vibraciones elevadas. De lo contrario, ¿qué sentido tiene tanto esfuerzo, dedicación y entrega, si no podemos propiciar una retroalimentación?
Por estos motivos entonces, es importante que podamos ser conscientes en el momento en el que nos estamos implicando demás, y poder realizar un cambio de actitud. ¿Cómo se logra? Los terapeutas contamos con una brújula importantísima: la empatía. Esta brújula nos hace ir hacia el justo medio entre los extremos que son: la indiferencia afectiva y la identificación con nuestro consultante. En el justo medio entre esos extremos, se encuentra la empatía, el cuarto componente de la Inteligencia Emocional (IE), que es el poder ponerme en el lugar del otro para comprender sus estados emotivos sin juzgar, sin ser indiferente emocionalmente ni identificarnos con su dolor. Ese es el punto en el que vamos a poder ayudar, ahí necesitamos centrar nuestra atención, ser conscientes si perdemos ese norte, para volver al nuestro punto de referencia en todo momento y balancearnos o movernos allí. Al comienzo, como toda habilidad que se adquiere, requiere de mayor esfuerzo y concentración, pero con el ejercicio se va haciendo cada vez más natural.
Por otra parte y en paralelo, es necesario que trabajemos en nuestro autoconocimiento como terapeutas, es decir, tener en claro en qué tipo de situaciones podemos ayudar y en qué tipo de situaciones encontramos nuestros límites. Allí es donde cobra relevancia e importancia además de trabajar sobre nosotros, trabajar en red o aún mejor, en equipo con otros profesionales que complementen nuestro trabajo, ya sea para derivar a nuestro consultante o para realizar interconsultas terapéuticas o solicitar asesoramiento.
Precisamos comprender además, y trabajarlo permanentemente en la consulta, que el compromiso del consultante con su proceso de recuperación es fundamental, ya que no podemos cargarnos al hombro la responsabilidad de solucionarles la vida a nuestros consultantes, pues poner fuera una responsabilidad propia y que nosotros aceptemos su demanda, aunque no explícita, de resolver sus problemas, es una carga demasiado pesada e insostenible para el terapeuta, que es una herramienta valiosa de ayuda pero no quien resuelve, cura o sana… Quien lo hace es el consultante, haciéndose cargo de su parte, y es tarea del terapeuta ir hablando sobre esto para esclarecer el rol de cada uno en el proceso terapéutico. Por supuesto esto no suele aparecer tan claro, sino que se da en el interjuego de la relación terapéutica, pero somos nosotros los que tenemos la posibilidad de comprender esta dinámica, ser conscientes, y cambiarla. No podemos pretender que el consultante se dé cuenta por sus propios medios, necesitamos ayudarlo a que eso ocurra… En este sentido, no es cuestión de afirmar o aconsejar u opinar, sino de hacerle las preguntas adecuadas que inciten a que reflexione y pueda darse cuenta que es el artífice de su destino.
Esto por supuesto no implica que no hagamos todo lo que esté a nuestro alcance y más para poder ayudar, pero no desde el lugar de la identificación o de una implicación que ponga en juego nuestra energía disponible para todo lo demás. De esta manera, manteniéndonos en el sendero del justo medio entre los dos extremos opuestos, vamos a poder sostener la empatía, la alianza terapéutica, propiciar los cambios y transformaciones que podemos desde nuestros alcances y limitaciones, y fundamentalmente, poder ayudar efectivamente.
En resumen, en respuesta a la pregunta de cómo hacer para no implicarnos demás con nuestros consultantes, necesitamos:
- Ser conscientes de los alcances y limitaciones de nuestra terapia y de nosotros como terapeutas.
- Comprender que somos una herramienta y no quien soluciona los problemas de nuestros consultantes.
- Hacer que nuestros consultantes logren comprometerse activamente con su proceso de recuperación y tomar las riendas de su transformación.
- Encontrar el punto medio entre los extremos de la identificación y la indiferencia, es decir, utilizar la brújula de la empatía.
En capítulo 4 de mi libro de “Psicología para Terapeutas” hay un apartado bastante extenso sobre el tema de la empatía, con ejercicios súper prácticos e interesantes para poder ir practicándola, fundamentalmente para las personas de las que más cuesta ponerse en el lugar del otro, pero también para poder entender que va esta fantástica habilidad que todos los terapeutas necesitamos desarrollar y que es en extremo beneficiosa tanto para el consultante como para el terapeuta.
Avanti terapeuta!